Sociedad

Sobre el femicidio ¿Los varones pueden ser la mujer dentro de la bolsa de consorcio?

Violadas sin que se pueda identificar al autor, estranguladas por un novio o una ex pareja, baleadas por conocidos o en otras situaciones que todavía no han sido esclarecidas por la Justicia. Así fueron encontrados sus cuerpos. En muchos casos aparecieron a la vera de una ruta, o en un terreno baldío, en bolsas de consorcio negras, descartadas como basura. Muchos de estos casos no tienen imputados y van camino a quedar impunes, un mensaje que habilita a seguir tomando sus cuerpos para usar y desechar. Total, la justicia no castiga. Total, ellas se los buscaron (con sus fotos provocativas, con sus escotes o sus minis). Ese parece ser el mensaje que queda flotando.

Los femicidios son el último eslabón de la cultura de la violencia contra la mujer. El camino empieza cuando un tipo te mira el escote en vez de a los ojos, cuando te grita “què linda, mami” por la calle, cuando te apoya en el colectivo, cuando se te acerca tanto que te quita el espacio vital, cuando dice que una chica se embaraza para cobrar un plan, cuando te llama veinte veces al celular para controlarte. Son maneras de ejercer un poder y no porque haya una enfermedad: hay una cultura que lo autoriza.
El término femicidio ha sido acuñado en los años 70 en Inglaterra por Mary Orlock y usado públicamente por primera vez por Diana Rusell en un testimonio sobre asesinatos de mujeres ante el Tribunal Internacional de Crímenes contra las Mujeres, celebrado en Bélgica en 1976. Rusell define el concepto como «el asesinato misógino de mujeres cometido por varones».
Al hacer referencia al asesinato misógino de mujeres y niñas, el concepto de femicidio permite entender que la muerte de mujeres a manos de sus esposos, amantes, padres, novios, pretendientes, conocidos o desconocidos, así como la muerte de mujeres en abortos ilegales o por negligencia, no son el producto de situaciones inexplicables, de conductas patológicas o de casualidades. Por el contrario, estas muertes de mujeres son el producto de un sistema estructural de opresión.
El femicidio expresa de forma dramática la desigualdad de las relaciones entre lo masculino y lo femenino, y muestra una manifestación extrema de dominio, terror, vulnerabilidad social, de exterminio y hasta de impunidad. Es decir, las causas de este tipo de asesinatos no se encuentran en las características «patológicas» de los agresores sino en el status social de las víctimas. En tal sentido, estas muertes son la forma más extrema del terrorismo sexista, motivado mayoritariamente por un sentido de posesión y control de los hombres sobre las mujeres.
Al llamar «femicidio» a estas muertes de mujeres se remueve el velo oscurecedor con el que las cubren términos «neutrales» como homicidio o asesinato. El concepto de femicidio es también útil porque nos indica el carácter social y generalizado de la violencia basada en la inequidad de género, nos aleja de planteamientos individualizantes, neutralizados o patologizados que tienden a responsabilizar a las víctimas, a representar a los perpetradores como “locos”, “animales” o “fuera de control”, o a concebir estas muertes como el resultado de “problemas pasionales”. Estos planteamientos, productos de mitos muy extendidos, ocultan y niegan la verdadera dimensión del problema, las experiencias de las mujeres y la responsabilidad de los hombres y de la sociedad en su conjunto. En este sentido, el concepto de femicidio ayuda a desarticular los argumentos de que la violencia basada en la inequidad de género es un asunto personal o privado, y muestra su carácter profundamente social y político, resultado de las relaciones estructurales de poder, dominación y privilegio entre los hombres y las mujeres en la sociedad.
La incidencia del femicidio está también directamente asociada al grado de tolerancia que manifiestan la sociedad y el Estado frente a la violencia contra las mujeres. Porque aunque el derecho legal para el ejercicio de este tipo de violencia ya no es explícitamente reconocido en la mayoría de las sociedades occidentales, en palabras de Sagot “el legado de leyes antiguas y de prácticas sociales abiertamente aprobadas continúa generando las condiciones que permiten la existencia generalizada de la violencia de género”. De esta forma, la omisión, la indiferencia, las políticas y los procedimientos ineficientes y contradictorios de las instituciones sociales, continúan reflejando la estructura de dominación y subordinación que produce y legitima la violencia generalizada contra las mujeres.
El concepto de femicidio, permite, además, hacer conexiones entre las diversas formas de violencia, estableciendo un “continuum de violencia contra las mujeres”. Cada femicidio tiene su singularidad, pero comparten un denominador común: son consecuencia de una cultura machista –alimentada por programas de televisión y publicidades sexistas que cosifican a las mujeres, las denigran, las humillan–, en la que algunos hombres se creen con derecho a tomar el cuerpo de esas víctimas, como parte de sus propiedades al punto extremo de matarlas. A veces, además, las violan. Las usan y las desechan. Desde esta perspectiva, la violación, el incesto, el abuso físico y emocional, el acoso sexual, la esterilización o la maternidad forzada, la negligencia contra las niñas, etc., son todas expresiones distintas de la opresión de las mujeres y no fenómenos inconexos. En el momento en que cualquiera de estas formas de violencia resulta en la muerte de la mujer o la niña, se convierte en femicidio. El femicidio es, por lo tanto, la manifestación más extrema de este continuum de violencia.
Dadas sus características, el femicidio podría ser considerado como una forma de pena capital que cumple la función de controlar a las mujeres como género. Es decir, una expresión directa de una política sexual que pretende obligar a las mujeres a aceptar las reglas masculinas y, por lo tanto, a preservar el statu quo genérico. Así, por medio de esta manifestación extrema de la violencia de género, se busca controlar a todas las niñas y mujeres que interiorizarán la amenaza y el lenguaje del terrorismo sexual. Así, se le pone límites a su movilidad, su tranquilidad y a su conducta, tanto en la esfera pública como en la privada. Porque aunque los crímenes son generalmente cometidos contra las más vulnerables, el mensaje es para todas.
En una sociedad patriarcal, el femicidio representa entonces la expresión última de la masculinidad utilizada como poder, dominio y control de las mujeres. Esta violencia no es casual, el factor de riesgo es ser mujer. Las víctimas son elegidas por su género. El mensaje es dominación: confróntate con tu lugar.

Siu Casas Dordoni